La mochila de cada viaje -y éste a Almería está próximo a su fin, al menos en su vertiente presencial- se va llenando con las situaciones y los momentos que, a posteriori, conformarán la memoria del mismo. Conversaciones con desconocidos, lecturas sosegadas, paseos sin requerimientos de ningún tipo, visitas a monumentos históricos -muy recomendables los que recuerdan la presencia musulmana-, museos o mercados, recorridos por pueblos que hasta ayer eran meros nombres en un mapa de carreteras, chapuzones en playas sin apenas bañistas -sí, aún es posible, aunque sea agosto-, senderismo por la Alpujarra pobre o la mera contemplación de unos paisajes que -más allá de algunas aberraciones urbanísticas de las que tampoco se ha librado esta provincia- parecen ser una continuación, interrumpida por el mar eso sí, de los que se extienden frente a sus costas, ya en continente africano, que explicarían la condición insular de este territorio peninsular.
Pero un viaje es también el contacto con la gastronomía, con las costumbres culinarias, con la exaltación de los sentidos que produce la comida. Aromas y sabores que uno incorpora a su catálogo, que compara con los ya conocidos y a los que se abandona por puro disfrute. Como ocurre en otros lugares de Andalucía, he encontrado una cocina sencilla pero muy sabrosa y cuidada, en algunos casos de mera supervivencia -algo lógico en una tierra olvidada durante mucho tiempo por las corrientes turísticas y muy exigente con el agricultor o el pescador-, cuyo secreto se oculta en unas materias primas de primera calidad. Frutos del mar que las rutinarias pescaderías madrileñas desconocen pero que resultan deliciosos, como el gallopedro, la gallineta o el pargo, por no hablar de otros cuyo nombre olvidé en el mismo momento en que me fueron ofrecidos, a los que basta un poco de aceite de oliva para realzar sus propiedades. (Un paréntesis merecen esas gambas de Garrucha que ilustran esta nota o las jibias en salsa).
Pero si el pescado, siempre fresco, recién salido de las redes, incorporado a las cazuelas o a variados arroces, es irresistible, las propuestas serranas y de la huerta no le desmerecen: salmorejo, ajoblanco, olla de trigo, gurullos con conejo o caracoles, etc. Por si acaso -y por aquello de que el recuerdo no se diluya cuando lleguen las prisas de la gran ciudad- ya me he aprovisionado de pimientos y tomates secos a los que deberé aprender a dar uso antes de que queden olvidados en la despensa.
Vamos que te estás poniendo las botas... Yo que tú me escondería en uno de los frecuentes invernaderos de la zona y no volvería nunca.
ResponderEliminarLos nombres de los pescados tienen su aquel: escopeta (creo que se llamaba uno que pedí). Y lo que tú dices, los guisos, esos guisos de abuela andaluza, tienen mucha grasia.
SM
Acabo de comer y por culpa de tu post ya tengo hambre otra vez
ResponderEliminarmmmm me quedo con la jibia,...
Essaouira... maravilloso. Volveré sin lugar a dudas. Acuérdate de traer el libro :)
Ese Antonio!!!!!
ResponderEliminarno te imaginaba con blog xDxD
ta de puta madre
un saludo desde tierras guanches de tu sobrino.