En la vivienda familiar, en la que me encuentro en estos días de paso, hay un pequeño armario empotrado que se ha convertido en una especie de relicario de nuestra infancia. Durante años, mientras fuimos niños, guardamos en él aquellos objetos que tenían para nosotros algún valor -sentimental, obviamente, porque su utilidad desapareció hace mucho tiempo-, por el mero hecho de haber significado algo en nuestras vidas. No sabría explicar por qué nos desprendimos de otros muchos -juguetes, prendas, cuadernos de clase...- y conservamos los que aún permanecen escondidos en ese rincón al que, en busca de recuerdos, como si quisiera recuperar por unos instantes aquellos momentos de inocencia, acudo cuando visito la casa.
Amontonados, en desorden, continúan ahí muchos libros de texto, hoy inútiles e inservibles para cualquier estudiante, forrados en plástico autoadhesivo de una estética imposible pero que fue salvaguardándolos, curso tras curso, del uso que íbamos dándole cada uno de los hermanos. Resulta divertido abrirlos por cualquier página y reencontrar lecciones ya olvidadas de Ciencias Sociales, Historia o Física y Química. También hay una gran bolsa que contiene soldados, indios y vaqueros de plástico que sirvieron para formar ejércitos, incendiar fuertes, asediar caravanas de colonos o revivir algún episodio de la Guerra de Secesión, así como coches que debieron pertenecer a un scalextric cuyas pistas acabaron en el vertedero.
Entre tantas cosas, mis preferencias se decantan siempre por los álbumes de cromos de fútbol de Primera División que iniciábamos semanas antes de que comenzara la temporada y continuábamos, hasta completarlos, a lo largo de todo el curso. El colegio era el lugar del intercambio, del juego, de las apuestas. En la mochila llevábamos, atados con una goma elástica, un "fleje de estampas", como decíamos en Canarias, ese montón de cromos repetidos que nos servirían para conseguir gracias a los compañeros los que faltaban en el álbum. La colección se interrumpió cuando el último de los hermanos varones abandonó la casa. Ya no eran edades para fichas de futbolistas. Y ahora, ahí están, esperando que uno de nosotros abra el armario y los coja y hojee, entre divertido y nostálgico.
Dios!
ResponderEliminarParecen salidos de otra dimensión!!
En todo caso, no sé si con este último comentario estás sugiriendo, que una nueva generación de Rojas, se haga cargo de la colección...
miedito...
Lucía A.
Por cierto en ese ropero existe una colección de libros de lectura, como son la colección de libros de aventuras de "los Cinco".
ResponderEliminar'Los Cinco' y 'Los Hollyster', los álbumes de cromos, las guerras de piedras en los recreos, el churro-media manga-manga entera, las canicas, los partidos de fútbol de 15 contra 15 y donde tocabas el balón apenas 3 veces como mucho... y paro de contar que me está entrando un pequeño bajón nostálgico unido al shock postvacacional, que igual tengo que coger doble turno esta semana en mi loquera...
ResponderEliminarSM
Qué bonito lo cuentas todo, canarión...!
ResponderEliminarYo heredé "Los Cinco" de mi hermano, y los disfruté bastante más que muchos otros libros "contemporáneos".
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